
Dostoyevzski y Sísifo
Sísifo era un rey a quien por su astucia hizo enojar a los dioses, quienes lo castigaron durante toda la eternidad a subir una piedra muy pesada desde lo más bajo de la montaña hasta arriba, y una vez que llega a la cima, la suelta y vuelve a rodar cuesta abajo hasta las faldas de la montaña. Una y otra vez Sísifo vuelve a subir la piedra para dejarla caer.
Así mismo el mito de Prometeo nos muestra como por su astucia engañó a los dioses para llevarles fuego a los hombres. Cuando los dioses lo castigan tiene que pasar la eternidad atado a una piedra en donde un ave se come sus entrañas todos los días.
Estos mitos nos muestran el infinito, ese camino por recorrer que nunca sabemos si va o viene, pero nunca acaba. No sabemos si Sísifo le falta poco o mucho para terminar la condena que Zeus le ha dado. O si Prometeo va a ser liberado o por fin morirá. Pero ambas historia nos muestran condenas en las que nadie quiere encontrarse.
En numerosas ocasiones nuestra vida nos aparece una eterna condena, un castigo que no merecemos que estamos condenado a cargar con las culpas del pasado, de la familia, de la sociedad y de la cultura. Es ese rodar de la piedra de Sísifo y el dolor de la entrañas de Prometeo que nos hunden en un círculo vicioso: hagamos lo que hagamos estamos condenados a hacer lo mismo una y otra vez. Ya no sabemos si somos culpables o no, solo que debemos cargar con nuestra existencia todos los días. Así mismo lo ve Dostoyevski en su libro «Apuntes del subsuelo» explica cómo la vida de una persona puede llegar a perder el sentido de las cosas y de la realidad por estar queriendo mostrar algo que no es. Es en la pretensión de ser otra cosa de lo que somos lo que nos lleva a perder el sentido, el compás de nuestra vida, y así terminar condenados a una muerte segura, y nada más.
La filosofía existencialista surge como una necesidad del hombre para encontrar un sentido que no existe, que carece de un final feliz y mágico como lo proponen las religiones, sino que ante esa incertidumbre no queda nada más por vivir. Es una existencia vacía, sin algo más que nos lleva a superaros o mejorar, ya que no hay nada que pueda impedir lo inevitable: la muerte.
Vivir a expensas o expectativas de los demás no es una vida feliz, ya que estamos a placer de los demás y no del propio. Es ahí que nuestra definición de quiénes somos se muestra vacía, sin sentido y fondo que lo sostenga. Es por eso que Sócrates en el siglo IV a. C. ya lo afirmaba: «conócete a tí mismo».
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