Lo que ha pasado en Polonia desde la guerra
Durante los últimos meses todo el mundo ha estado mirando la situación en Ucrania que es
impensable y contradictoria con numerosos valores sobre cuáles fue construido el mundo
occidental, en concreto, la dignidad humana, la renuncia a la guerra como un método de
solución de conflictos internacionales o la solidaridad entre los países del oeste.
Empezando el día 24 de febrero, no puedo discrepar con la admiración hacia la actitud de los
individuos que desde entonces asumieron la responsabilidad de fomentar a los refugiados que por sistema comenzaron a huir de su país natal por la amenaza directa de su vida. Aquí surge la primera de las cuestiones morales en esta situación, el sentido del sufrimiento humano. La mayoría lo ha estado considerando como prescindible. No ha estado viendo el sentido en hacer daño a civiles inocentes solo por las razones de una lucha política. Pero tarde o temprano se planteará la pregunta sobre el propósito de esta tragedia no solo de un país soberano cuyos derechos fueron infringidos, sino también de millones de individuos. Como seres pensantes necesitamos arreglar lo que pasa alrededor y buscamos las causas de unos acontecimientos. Me asusta que en algunos entornos se trate de encontrar la culpa de los ucranianos. Se olvida de la regla universal que a veces algunos eventos suceden como una coincidencia desafortunada. En mi opinión, entre ellas se encuentra la guerra con el
sufrimiento de individuos con caras de no haber roto un plato. Por eso no coincido con personas que crean en la propaganda rusa sobre «los nazistas» en Ucrania. Me parecen perjudiciales las consecuencias que tenga este tipo de desinformación, puesto que es un terreno fértil para la intolerancia hacia los que vinieron a Polonia.
En segundo lugar, esto se relaciona con la empatía, nuestra obligación como vecinos de un país a cuyos ciudadanos le vino el mundo encima. Me enorgullece que mis compatriotas lograron organizarse de tal manera a pesar de todas las cortapisas, a pesar de la falta, por lo menos inicialmente, de la organización descendente, a pesar de la amargura por la fuga de otros seres humanos de su patria. Pienso que este sentido de solidaridad en una situación desfavorable es algo que los polacos llevamos en la sangre. La cantidad de voluntarios que dedicaron su tiempo y recursos para ayudar, la cantidad de productos que fueron entregados a las organizaciones caritativas etc., todo esto fue inconcebible. La mencionada empatía también se observaba en la conciencia con que los polacos tomaron diferentes medidas para hacer sentir un poco más cómodos a los refugiados. Fui impresionada por la abundancia de los talleres, webinares etc. sobre cómo deberíamos actuar con los ucranianos que podrían estar sosos y dispersos por el sentimiento de desarraigo. Además, me chocó que tantas personas se comprometieran a fomentar a los ucranianos a ejercer sus derechos, pongamos por caso, a ayudarles con la inscripción como residentes.
Otro valor que recurre en esta situación es la dignidad humana. Aquí me refiero al sistema en que nos encontramos, dónde hay personas que ayudan y las que necesitan ayuda. Podría parecer que los primeros están responsables por los segundos. No obstante, no se puede olvidar que se trata del contacto con personas adultas que son autonómicas. Pese a que sean cabizbajas por el derribo de sus ciudades natales, pese a que se hayan encontrado en una situación de dependencia de la ayuda externa, son ellas las que deben llevar riendas de su vida, por ejemplo decidiendo por sí mismas que van a hacer, quedar en Polonia, regresar a
Ucrania o traspasar la frontera a otros países de la Unión Europea. Desgraciadamente, algunas personas consideran una expresión de rechazo a una forma de ayuda concreta una ingratitud. Como ejemplo, a título personal, me entristecí cuando oí algunos hablando pestes de los ucranianos que pedían otra ropa de la que los voluntarios les dieron porque querrían obtener un vestido que por lo menos les pasaba y estas personas creían que deberían ser agradecidos por cualquier cosa que se les daba. Sin embargo, quiero destacar que lo cortés no quita lo valiente, así que lo esencial es que, en general, los polacos lograron fomentar a sus vecinos con todos los recursos disponibles.
En definitiva, como dijo Aristóteles: «Percibir es sufrir”. Esto significa que la verdadera
compresión requiere algún tipo de sufrimiento. Así que por lo cruel que sea toda esta
situación, quizá nos enseñará a ser más conscientes de las necesidades de los demás y más
abiertos a personas de otros orígenes culturales.
ZS
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