Epicuro y los dioses

En la Antigua Grecia surgen grandes personalidades que influyeron en la cultura actual, surgen grandes nombres como Sócrates, Platón y Aristóteles quienes dieron forma al pensamiento occidental al cuestionarse temas que nos conciernen y preocupan a todos: quién soy yo. 

Con la conquista de Alejandro Magno al mundo antiguo para demostrar que todos los hombres somos iguales (homonoia), Grecia se queda sin el rey que sostenga su identidad, por lo que surge la necesidad de la filosofía para colmar esa crisis existencial, por lo que se comienzan a vivir diferentes filosofías que muestran lso caminos para ser feliz, estas son conocidas como las Escuelas Helenísticas. Entre los discípulos de Sócrates, surge una personalidad que mostró un camino para ser feliz por medio de la medición de los placeres: Epicuro de Samos. Quien buscaba vivir de acuerdo a los placeres que la vida nos puede proporcinar, sin llegar al dolor. Cada placer, si es medido, nos puede llevar a un goce, pero si no lo medimos, terminamos por padecer dolor y sufrimiento, por lo que es necesaria la prudencia para distinguir entre los placeres aquellos que no nos produzcan dolor.

«Pon en práctica y medita las cosas que siempre te he recomendado, y considéralas como principios necesarios para una vida feliz.

En primer lugar, piensa que la divinidad es un ser indestructible y bienaventurado, tal como sugiere la noción común de lo divino, y no le atribuyas nada ajeno a la inmortalidad o contrario a la felicidad.

Lo que debes hacer es pensar en todo lo que es capaz de preservar la felicidad unida a la inmortalidad.

Los dioses existen; el conocimiento que tenemos de ellos es algo evidente. Mas no existen de la forma en que los considera la mayoría, pues los considera de un modo que les quita todo fundamento de existencia.

Además, no es impío quien reniega de los dioses del vulgo, sino quien aplica a los dioses las opiniones del vulgo, ya que éstas no son pre-nociones, sino presunciones falaces y juicios del vulgo sobre los dioses.»

Uno de los puntos fundamentales para gozar de la vida es reconocer lo evidente: la existencia de un poder superior. 

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