
El filósofo que ríe y el filósofo que llora…
Heráclito, 540 a. C., era apodado «el Oscuro», debido a que su doctrina no era fácil y ahora menos, debido a que solo tenemos sus fragmentos y no sus obras completas. Pero la idea general de su pensamiento habla de los opuestos o los contrarios: día-noche, luz-oscuridad, vivo-muerto, etc. El mundo que nos rodea nos muestra constantemente los contrarios y su imposibilidad de unión: no hay noche sin día, no hay paz sin guerra. No hay vida sin muerte, ni muerte sin vida, etcétera. Pero ambos opuestos son necesarios que existan porque cada uno de esos elementos antagonistas tan solo existe en relación con el otro.
Por lo que, Heráclito afirma: «Todo es uno». Porque es en este mundo en donde los contrarios cohabitan. Es en la perspectiva cómo tomamos estos contrarios, por ejemplo: «El camino que sube y baja es el mismo», dice Heráclito. Sea que baje o suba, el camino es uno. Así pues, la unidad de los contrarios no se define únicamente a partir de su interdependencia, sino por el hecho de que constituyen juntos la doble cara de la realidad, como las monedas.
Antes este intercambio entre contrarios, es evidente que: todo cambia sin cesar, todo es móvil, todo está transformándose continuamente. «Todo fluye», dice Heráclito (en griego: panta rhei), todo cede, de forma permanente, continua e indefinida. Nada en el mundo permanece fijo, estable, eterno. No hay nada que no sea cambiante, que no fluya: «Nunca te bañarás dos veces en el mismo río». A cada instante, el agua que conforma el río va cambiando, desaparece y es sustituida por otra. Tampoco el bañista, el que jamás es el mismo. Por lo tanto, no podrá repetirse jamás el mismo baño, el encuentro del mismo bañista con el mismo río. Todo cambia para volver a ser lo que es y es el hombre quien permanece testigo de esta realidad.
En cambio es Demócrito (460 a.C.) quien afirma que el mundo carece totalmente de sentido y que no encierra ni revela la menor intención ni la menor palabra, no hay más que vacío y átomos, es decir, unas partículas de realidad imposibles de romper y dividir. Nada más, no hay un significado, mas que lo que el hombre le atribuye.
Los griegos lo admiraban por sus conocimientos enciclopédicos al interesarse por todos los ámbitos de la realidad. Representa el ansia de saber, el deseo de observarlo todo, de experimentarlo todo. Es polumathus, es decir, el que posee conocimientos diversos y variados sobre todos los aspectos de la realidad física y humana. Todo el pensamiento de Demócrito se opone radicalmente a toda forma de trascendencia y a toda forma de creencia religiosa.
«El universo no es la obra de ningún demiurgo» era signo de locura. A los habitantes de Abdera se preocupaban por su estado ya que se reía de todo: de las muertes, las enfermedades, los dramas y las penas, los horrores y las miserias. Por lo tanto, debía de estar loco. Hipócrates lo revisó y concluyó que lo que tenía Demócrito: «Lo que se manifiesta en este hombre no es locura, es un vigor excesivo del alma». Exceso de ciencia y víctima de la ignorancia de los demás, de sus prejuicios y de su inconsistencia. Frente a la nada, al sinsentido, a la ausencia de una justificación para el mundo, aquel que ha escrutado ese vacío solo puede echarse a reír.
Mientras Demócrito reía. Heráclito lloraba. Uno es pesimista y el otro es optimista. Juvenal, a principios del siglo II, afirma que: «Todo encuentro con los hombres proporcionaba a Demócrito materia para la risa». Pero, aparece Heráclito oponiéndose a él con su llanto: «Tan pronto ponían el pie fuera de casa, el uno reía y el otro lloraba», escribe Juvenal. Séneca, reafirma este duelo: «Heráclito, cada vez que salía y veía a tanta gente a su alrededor viviendo mal, o más bien pereciendo, lloraba, se compadecía de todos aquellos que veía alegres y satisfechos […] Demócrito, en cambio, jamás aparecía en público sin reír, de tan poco serios que le parecían los actos que todos realizaban con la máxima seriedad».
Ambos filósofos estudiaron los mismos, solo que uno se inclinó por darle una significación a lo que acontecía, mientras que el otro simplemente tomaba las cosas de manera simple: como una mera máquina. Ambas posturas, nos ayudan a ver que la vida tiene diferentes aristas, aunque sean contrarias, son necesarias para lograr un equilibrio en nuestra vida: hay cosas que nos suman y otras que simplemente funcionan.
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