
La armonía del orden
Creces, y entonces, crees advertir la excelencia del orden. Tú, persona ordinaria, coronas tu razonamiento con la deuda de bienestar frente a ti mismo, y la carga de facilitar su estancia a quienes te acompañan.
Sin embargo, en tal punto apenas nace el argumento. ¿De qué forma sentirte más bien o menos mal sobre un contexto ordenado?
La práctica del orden exige voluntad. Manifestable tanto en su pureza misma, o viciada por un tercero de quien en cierta medida, dependa nuestro obrar.
Situado sólo en el segundo supuesto, probablemente jamás hayas gozado realmente un ambiente ordenado. Por el contrario, si por iniciativa propia procuras el orden, fácilmente podré compartirte mi idea.
Más que enunciar una definición limitada de orden, es de importancia comprender que así como todas las cosas suponen un deber ser, en consideración a su esencia, merecen las condiciones necesarias para obedecer a su causa final. De este modo, en la medida en que cada objeto o sujeto habite en escenarios más favorables a su naturaleza; el tejido será más ordenado.
Para mayor claridad; si un estudiante, cuyo fin es aprender; sueña en casa al momento en que debería atender una clase, naturalmente no se sujeta a las condiciones requeridas por el aprendizaje; puesto que, ni es consciente, ni está presente en el aula.
De forma análoga, si una taza a medias de café acumula tres días en tu habitación sin ser trasladada, seguramente su condición impide que quien la demande la utilice. Tanto por no situarse en lugar indicado para ser recogida, como porque se requiere vacía antes de verter otro líquido en ella.
En otro caso, suponiendo que viajas a un poblado donde sólo reciben dinero en efectivo, y decides gastarte la mitad de tu capital a penas los primeros días del itinerario; probablemente el dinero no cumpla su fin de cubrir todas las necesidades durante tu estancia.
De igual forma, si planeas leer El Quijote mientras cursas secundaria, seguramente te enfrentes a grandes dificultades antes de navegar por el fondo del libro.
Sin más ejemplos; en cuanto las cosas, tiempo, espacio y aún nosotros como personas; nos encontramos en perfecta disponibilidad para aprovecharnos en lo que nos obligamos, se asume que existe un ambiente claramente armónico.
Puesto que aún en su pasividad, cada elemento cumple su tarea; y por lo tanto, la interrelación es adecuada, sistemática y así, buena.
Ahora bien, ¿qué tipo de bienestar genera el orden en nosotros?
Los sabios en alguna ciencia o arte, fácilmente valoran las obras que otros producen. Un pintor serio, será capaz de identificar la belleza de las obras que la poseen. Y la inversa, de señalar aquellas que carecen de valor artístico.
De igual forma, una persona acostumbrada al orden percibirá el desazón de participar en un ambiente desajustado; puesto que ha aprendido a gozar de cierta armonía, que extrañará, al privársele de ella.
Finalmente, se dice que los hábitos se conquistan en la infancia; y no me opongo a ello, puesto que mi propia experiencia me ayuda a confirmar, que las costumbres que forjé de pequeña siguen vivas; al igual que aquellos defectos que jamás he corregido, y que claman por un esfuerzo consciente.
No obstante, aunque el orden no es sólo un hábito, no sé, sin embargo, si es susceptible de clasificarse en el terreno de las virtudes.
Lo que sí me queda claro, es que suma una nueva manifestación de inteligencia.
No sólo porque el inteligente valora la funcionalidad del orden, y se obliga a practicarlo. Sino también, porque al emprender tal propósito, es capaz de organizar sus actividades, encontrar estrategias diarias para aprovechar sus recursos de la mejor manera posible; y ser feliz en la medida en que se facilita la vida.
Un hombre ordenado, seguramente no se preocupará por no llegar a comer a su casa, así como una mujer ordenada, no tendrá que cambiar de atuendo cada que inicie una actividad durante su día.
Sara Elena Vizcaíno Sedano
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